14 Dec 2010

reflexiones sobre mi seminario de Seki sensei en Niza

No sé como iniciar este escrito que debe contener todas mis impresiones de uno de los eventos más bonitos que tuve en mi más reciente viaje. He realizado varios intentos pero todos me suenan muy superficiales o tediosos, intentos fallidos que pueden ser explicados por mi poca habilidad para la escritura. Recuerdo que DJP me pidió que les contara a todos sobre mi experiencia y lo voy a hacer como él pidió que lo hiciera, desde el corazón, desde mi punto de vista cargado de estética y pequeños detalles, y desde la perspectiva de una persona poco versada en los temas del aikido.

Llegué a Niza a media noche un miércoles, con toda la pena del mundo porque estaba tan extasiada mirando los jardines de Versailles, particularmente los dominios de Marie Antoinette, y que me dejó el tren de Paris. Sí, allí estaba yo llegando a esa hora tan poco amigable, con mi cara de vergüenza y mi mochila llena de recuerdos, deseos a medio camino y café.

Dentro de mis planes, que más bien podrían llamarse bosquejos, estaba quedarme allí por tan solo tres días y partir hacia Italia en busca de una amor escurridizo/enfermizo/pálido y sin forma. Tan solo quería saludar a los amigos, conocer la ciudad de la que tanto había escuchado hablar y que me había imaginado a través de sus relatos. Pero no, la vida/destino, o como quieran llamarla, tenía otros planes, y yo con mis pocas ganas de negarme me dejé arrastrar sin chistear.

Llegar a Niza significó un cambio en la velocidad de mi viaje, cargado de reencuentros y de grandes descubrimientos. Recibí más regalos de los que hubiera podido siquiera imaginarme, detalles que se graban en el alma y no se olvidan. Podría gastarme horas y horas narrando pequeños detalles pero hay uno en el que quiero/debo centrarme. El regalo más hermoso que he recibido en mucho tiempo: el seminario con Seki sensei.

Debo reconocer que me sentí honrada con el regalo aunque claramente no estaba preparada para recibirlo, el pánico se apoderó de mí. Se me venían a la cabeza los nombres de muchas personas, a las que creía/creo mucho más merecedoras de ello. Pero allí estaba yo, llena de inmensas dudas sobre mí misma, particularmente sobre el tatami.

Llegó el primer día, yo con keikogui prestado, las manos sudorosas del miedo, y la cabeza llenita de pensamientos. Estoy segura que de haberme podido ver, hubiera visto a alguien pequeño, poco confiado, casi como un niño arrinconado. Los sentimientos de temor se incrementaron al salir al tatami, puesto que solo veía cientos y cientos de hakamas negras y yo, como observando todo desde un lugar apartado, distante lejano.

Debo reconocer que mi experiencia con aikido ha estado marcada por muchos sentimientos fuertes y encontrados. Todavía existe cierto temor con las caídas, particularmente desde mi ingreso a urgencias por un golpe en la cabeza (nada usual en la práctica, pero como dice un amigo, yo vivo en la cola de la probabilidad). Ese temor se fortalecía por el hecho de haber estado fuera del tatami por más de seis meses y de no practicar con juicio por más de, tal vez, tres años.

En un primer instante, estaba aferrada a las personas que conocía y no me movía de ese círculo estrecho de personas, tres para ser exacta. Sin embargo, por el tipo de metodología presente en el tatami en alguno que otro momento te vez forzada a cambiar, a practicar con nuevas personas, a compartir momentos con personas que nunca antes habías conocido y a las que no sabías exactamente en qué idioma hablarle. Totalmente maravilloso.

Es hermoso poder compartir con personas totalmente desconocidas, que comparten una misma pasión contigo, porque te das cuenta de que no importa el idioma, que es totalmente innecesario al interior del tatami ya que basta con el lenguaje del cuerpo, especialmente el de los ojos y el de las manos. Alguna vez encontré una frase de Martha Graham que me parece más que apropiada: Movement never lies. It is a barometer telling the state of the soul's weather to all who can read it.

Por otro lado, quedé más que maravillada con el tipo de aikido que veía. Claro, no soy una persona versada en la materia, fue mi primer seminario internacional, y solo puedo, como dije antes, hablar de los detalles. Me pareció un aikido simple, pero contundente, sin adornos que lo recargan, directo, hermoso. Suave, fluido, respirado, sin perder en ningún momento la marcialidad, todo lo contrario muy preciso.

Una de las cosas que más me llamó la atención fue el grado de relajación presente en todas las personas con las que compartí la práctica, la falta de tensión muscular. Como si la lección fuera aprender a moverse sin tensionarse, sin hacer fuerza. Aunque sé que para muchos el tema es evidente, ese detalle resaltó entre muchos otros.

Lo digo porque uno de mis más recientes errores al interior del tatami es precisamente ese. Un rasgo que me ha molestado, algunas veces presente, en ciertos compañeros de práctica. Este comportamiento, en mi caso, obedece en parte al estrés de la oficina y en parte a mi aprendizaje en danza. En muchas ocasiones, la ausencia del centro me hace ejercer fuerza en los músculos de mis extremidades, restándome velocidad y elegancia. Eso, a mi pesar, también se alcanzó a reflejar en ‘mi práctica’ sobre el tatami, como me lo hizo ver Ae, hablándome de lo diferente que ella percibió mi práctica en Niza comparada con lo observado en Bogotá.

Son muchas cosas, detalles pequeños que me vienen a la mente. Otra cosa que me llamó la atención fue la ausencia de movimientos innecesarios. Daniel, cada momento me corregía mi taisabaki, porque evidentemente yo hacía movimientos de más que eran superfluos. A pesar de mis esfuerzos, ese era un error repetitivo al igual que mi intención de ampliar mis pasos.

Otro de mis errores recurrentes en mi práctica es la falta de amplitud en los movimientos, pero caigo en el error de forzar el desplazamiento en lugar de bajar el centro. Este comportamiento claramente es contrario a una práctica de aikido fluida y sencilla como la que vi allá y cada rato me decían, ¿para qué haces esto en lugar de hacerlo de esta manera más sencilla?

Otra cosa que recuerdo especialmente fueron las técnicas con yokomenuchi. Si bien nunca he podido entender ese ataque nunca fue más evidente mi desconocimiento sobre el mismo que en Niza. Se nota en mi intención, en mi proyección y al final nunca ataco. Pero por más que lo intenté, esa fue una de mis más grandes frustraciones durante el seminario.

Uno de los detalles más hermosos de la práctica de aikido es precisamente el hecho de compartir con tantas personas diferentes en tan poco tiempo. Sin embargo, de las muchas personas con las que practiqué, recuerdo espacialmente a dos. Una de ellas una sensei italiana, de quien nunca supe su nombre y con quien después de forzar por diez minutos mi francés, me di cuenta que era de ese vecino país, en fin. Su práctica era centrada, no sé cómo explicarlo, fuerte en presencia, en estar allí, pero especialmente relajada muscularmente y haciendo mucho énfasis en la respiración. Como entre las dos el lenguaje hablando no era una gran ventaja, estuvo presente en nuestra práctica más el lenguaje corporal. Realmente logré acoplarme muy rico con ella y me pareció especialmente hermoso que al final a ella le gustara mi práctica.

Todo lo contrario me ocurrió con una persona muy alta, aunque sé que varios dirán que cualquier persona es muy alta al lado mío, pero él es especialmente alto. La práctica se me dificultaba porque sus movimientos eran muy largos y yo, tal vez no lo suficientemente rápida para alcanzarlo. Me sentí una pésima uke a su lado, torpe, lenta y poco alerta. Realmente la práctica con él fue muy difícil.

No fue un seminario fácil, primero porque trataba de absorber la mayor información posible, que era mucha, y segundo porque era físicamente agotador. Reconozco que a pesar de ir los intermedios a la playa, hermosa pero helada, lo único que yo hacía era dormir, por el agotamiento muscular en el que me encontraba. Realmente mi compañía era poco amigable, dormía como lirón desde que salíamos de la primera jornada (cerca del medio día) hasta la segunda parte.

Solo puedo decir que quede agotadamente maravillada con lo que vi, presencié, sentí, viví en esos pocos días, y por eso quedé más que aturdida y con unas inmensas ganas de volver. Cada persona vive las cosas a su manera, y seguramente si otra persona hubiera estado allá hablaría de las técnicas realizadas, del número de personas presentes, de las variantes en las caídas, desplazamientos y demás.

Yo, me fijé en la estética del movimiento, en la sensación como uke y en mis compañeros, un lujo de compañeros, que me transmitieron infinidad de detalles en tan poco tiempo. Por todo eso, estoy más que agradecida y es evidente que encuentro palabras suficientes para describirlo. A todos ellos, a cada uno que compartió hasta los más pequeños detalles en esos días conmigo: muchas gracias!. Esos momentos hermosos, ese cielo perfectamente azul y esas sonrisas francas las llevo a cada instante en mi corazón.

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